Carreteras infinitas, como la infinidad de cosas que pasan por mi mente cuando pienso qué estoy haciendo acá en vez de estar en ese lugar. Y la brisa acariciaba mi cuerpo, se hacía dueña de él por completo, pequeñas gotas de mar, ínfimas e infinitas también, me dejaron mojado como las lágrimas dentro de mi corazón. Y es imposible estar en ese lugar, donde la mar se adueña de lo suyo y me repite en cada golpe de ola que no soy nadie más que uno pequeñito que intenta enfrentarse con el mundo y de a poco se da cuenta que el viento tiene fuerza y se debe respetar. Y es viento es ahora una de las leyes de la vida, ahora comparto mis decisiones con las suyas, con las del mundo en general y estamos todos aquí, pensando que estamos tan solos cuando estamos tan sólo acá, a un metro o a un par pero sintiendo que queremos que el otro pueda alcanzar la felicidad. Y en esta guerra entre alcanzar la felicidad propia y querer la del otro es que nos pasamos la vida y pienso que es posible encontrar el centro de todo lo que acá existe: el amor es la única realidad. Es en torno al amor que giramos para poder cada día comenzar. Es el sentimiento universal que podrá unirnos y voluvernos tierra y mar y viento y sol y luna porque entre todos hacemos que la vida exista, a pesar que hayan fuerzas magnánimes que por suerte el hombre no puede controlar. Y las carreteras son eternas, como los momentos que vivimos, no tienen fin, tan sólo acaban sin poder determinar cuál será aquél final. Y el sur se adueña de mi alma y el mar es dueño de mis miedos y cuando me paro enfrente de las olas con el viento, siento que mi corazón se abre y deja pasar sin filtrar todo lo que viene a mi mente y se hace parte de mi alma.
El mar y el viento pasé a saludar.
Daniel.
Un viaje a Chiloé.
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