Concentrados creamos cosas, elementos materiales, vida artificial. Ello no existe sin nosotros y nosotros estamos en extinción. Perseguimos sin discreción el enriquecimiento en los acuerdos mentales, vivimos rellenando un vacío que nunca logra completarse, nos pseudo satisfacemos con estas cosas materiales que de vez en cuando la reina única nos demuestra que no pueden con ella, que son cosas vulnerables, tanto como nuestros propios cuerpos maltratados. Y es que lo maltratamos todo, lo vivo y lo muerto, la cosa y su alma. ¿Merecemos esta maravilla? ¿qué nos ocurre que tanto odiamos a la vida que no podemos salir de nuestra inercia violenta sin sentido sin sentimiento, esta carrera injustificada que sólo existe en nuestras palabras? ¿qué es la vida en estos días, o qué estamos haciendo con ella? 500 años, 600 quizás, esto era un valle. ¿Alguien puede imaginar lo que debe haber sido este reino de vida, ahora gris, oscuro, casi irrespirable? ¿nos detendremos alguna vez? Que el planeta nos escupa y que mueran los más dueños, los más audaces en la carrera de la mente, los que creen tener algo; esos que no tienen nada.
Cada día se hace más valioso el instante de la vida; el momento del actuar. Ese instante debe ser de amar, no existe otro objetivo más que cambiar el modo en que sabemos bailar la danza del respirar. Que nuestros pies sepan porqué avanzar, que la carrera no sea eterna ni indiscriminada, si quieren, juguemos a correr, pero que sea un juego de niños, uno puro, uno tierno.
Volvamos a ser niños decía anoche el kaskivano, entremedio de otros 29 que estábamos ahí escuchando, compartiendo las almas concentradas. Era amor el humo que había, a pesar de los cigarros encendidos; volvamos a ser niños.
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